jueves, 30 de julio de 2009

Filosofía de bazar chino


Llevaba un buen rato peleándome con el procesador de texto. Por una pura cuestión metafísica, no se vayan a pensar. Yo le daba a crear un archivo nuevo y él decía que no, o al menos no creaba nada. O al menos eso pensaba yo. Tras darle un buen montón de veces a la instrucción “crear archivo nuevo” del menú desplegable, caí en la cuenta de que, subrepticiamente, de forma ladina y sin alardes, había aparecido un menú en el lateral donde debía especificar el tipo de archivo nuevo que quería.
Se supone que alguien cuya experiencia en el terreno de la informática se remonta a tiempos del Sinclair Spectrum de 48k no debería sufrir tales cuitas. Miraba mi reflejo en el monitor y repetía en voz apenas audible: “Tú, que comenzaste a fusilar textos en un 8086 con el WordStar, y que cuando convirtieron aquello en un AT 286 entraste de lleno al mundo de Word Perfect… Tú, cuya belleza, forma física e intelecto son envidiados desde el Valhalla hasta el Olimpo… Tú, ¡serás gañán!”
Me encontré así de lleno en una de mis acostumbradas ensoñaciones. Sobre lo relativo y lo absoluto. Patafísica y descerebramiento por las onejas. Pura calderilla intelectual.

Y le di vueltas y vueltas al espacio, a la distancia, al peso y al volumen, a la masa y a la densidad. Como en tantas ocasiones. Las horas volaron… ¿he dicho volaron? Pues ahora que lo leo parece que sí lo he dicho. Que nada hay más relativo que el tiempo.
Recuerdo mi primer viaje largo. Había dos vuelos hacia España desde no sé donde, uno en un avión de pasajeros que hacía el trayecto en unas cuatro horas y otro en uno de carga que duraba aproximadamente el doble. Por ser vos quién sois me tocó en suerte el segundo (creo que llevar tatuada la palabra “PRINGAO” en la frente ayudó al efecto) y me vi envuelto en una muy incómoda travesía aérea que acabó rondando las diez horas. Aquello me pareció el infinito.
Pero resulta que, por razones que no vienen al caso, durante los siguientes años hube de realizar, con periodicidad semanal, viajes que en ningún caso bajaban de seis (en su mayor parte muy incómodas) horas. Pues oye, acabaron por parecerme cabezadillas vespertinas.
El dolor hace que el tiempo se detenga. Cuando el que sufres es muy intenso, los minutos se tornan eternidad. Las agujas del reloj se niegan a avanzar.
¿Y qué mayor muestra de lo relativo del tiempo que envejecer? A fin de cuentas es obvio: para un niño de tres años, un año es un tercio de su vida, lo que veinte para una persona de sesenta. Un año tarda evos en pasar cuando eres un crío, apenas un suspiro cuando llevas arrastrándote décadas por la vida. Probablemente sea esa la razón por la que al hacernos mayores dormimos menos. Nuestra vida transcurre tan veloz que quisiéramos no perder siquiera un instante.

Después me pegó un ataque de gases. El olor es relativo dependiendo del observador. Pero esa ya es otra historia.

3 comentarios:

Adrian Vogel dijo...

Curioso: mis problemas informáticos –rebelión de las maquinas y los softwares que luchan por ser libres- también acaban en gases. No semos nadie…

Arnau dijo...

Me gusta cuando filosofas. Aunque sea en términos relativos.

minijuegos dijo...

ja ja! a mi también me encanta cuando filosofas!