miércoles, 25 de mayo de 2011

Día de la toalla

En memoria de Douglas Adams. No valen albornoces.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Game over

domingo, 16 de enero de 2011

miércoles, 5 de enero de 2011

Su tabaco, gracias

Fui fumador durante casi treinta años. Conseguí dejarlo (el tabaco) aprovechando una operación (sin relación con mi empedernido tabaquismo -por fortuna siempre compatibilizado con la práctica de variados deportes, como pueden observar en la ilustración- de cuarenta cigarrillos diarios, el primero en cuanto despertaba) con un postoperatorio tan jodido que hizo que el menor de mis problemas fuese el síndrome de abstinencia. Un par de años después, estoy tremendamente contento y satisfecho de un logro que jamás antes consideré posible.
Pero en línea con aquellos principios que enumeré en el anterior post, también me juramenté para no convertirme en un exfumador talibán, como algún energúmeno que he tenido la desdicha de sufrir, y por ello soy muy tolerante con los adictos a la nicotina. Admito perfectamente que se fume en cualquier sitio en el que esté, aunque también entiendo a aquéllos a quiénes les molesta. Al fin y al cabo yo era lo que se puede llamar un fumador considerado, y jamás encendía un cigarrillo en presencia de niños, en espacios pequeños o locales inadecuados. Lo que me procuraba no pocas molestias, ciertamente.

Sí debo aclarar, no obstante, que me parece absurdo el argumentario del fumador, que si el humo de las fábricas, el monóxido de carbono de los tubos de escape o los rayos gamma brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, que si tu publicidad me atrapó, que si me dibujaron así...
Cuando fumaba era consciente de mi problema: me estaba dejando un pastón en un veneno que más tarde o más temprano iba a convertir mi vida -aunque no esté exento de que al final ocurra igualmente- en un infierno de toses, quimioterapias y metástasis. Todo a cambio de una falsa sensación de placer y relax, simple consecuencia de la supresión de los efectos de la abstinencia al introducir nicotina en el torrente sanguíneo. Una brillante inversión: pagar muy caro a mi verdugo el instrumental con el que iba a ser torturado, el hacha con la que iba a ser decapitado.

Sin embargo, esta nueva cruzada me parece excesiva, qué quieren que les diga. ¿No se podía obligar a  habilitar  zonas cerradas y con ventilación suficiente a los hosteleros -que se cabrearían, obviamente- que considerasen que la inversión merecía la pena? ¿No se podría financiar a bajo interés -vía ICO- este tipo de reservados activando en el interín un par de sectores de nuestra maltrecha industria? ¿Es necesario marcar y apartar al fumador como si fuese un leproso o un apestado?

A los estigmatizados adictos les queda el consuelo de la cárcel. El único lugar público, junto a los centros psiquiátricos y las residencias de aquellos mayores que hayan sobrevivido al enfisema, en el que podrá haber zonas habilitadas para fumadores. Estoy planteándome todavía el equilibrio ético de esta excepción, puesto que debo reconocer que no alcanzo a entender por qué un fumador presa de los nervios cuyo padre, madre, hijo o amigo está siendo operado a vida o muerte debe abandonar las proximidades de un recinto hospitalario sin derecho a un cubículo reservado o un espacio de mierda al aire libre y políticos, pederastas, terroristas, violadores o asesinos pueden conjurar el mono de alquitrán cómodamente apalancados en una salita junto a su celda. Ya alguien me lo explicará.

Con respecto a esas denuncias por las que nuestros vates comparan
la situación de nuestro patético país con la de la Alemania del Reich, sí tengo una opinión formada:
Si no quieres ser denunciado, no infrinjas la ley. ¿Qué mierda de país es este en el que te acusan de nazi si denuncias a un infractor? Si veo a un gilipollas haciendo el energúmeno con su coche por la carretera, ¿debo callarme y no avisar a Tráfico porque sería un delator?  ¿Debo ser considerado con aquel que muestra su falta de consideración para conmigo y todos los demás? Señor Reverte, si veo que alguien  le mea en la boca a su señora madre y después la somete a severa golpiza, ¿tengo que callarme para no ser un vulgar chota?
No veamos una persecución donde hay unas cuantas denuncias más o menos justificadas. Dejemos esas paranoias para los alienados pobres de espíritu como don Arturo. 

Y si eres fumador/a empedernido/a y puedes dejarlo (el tabaco), no lo dudes. Saldrás ganando.  

martes, 4 de enero de 2011

Palabras empeñadas


Hay ciertas cuestiones que con el tiempo he convertido en algo así como pautas o principios básicos de mi postura ante la vida, una especie de normas a las que intento atenerme siempre que es posible. Evidentemente, hay ocasiones en las que sería estúpido actuar de acuerdo a ellas, pero aún así intento que rijan mis decisiones incluso cuando rayan en el posible ridículo.

La primera de ellas es deshacerme de esa máxima religiosa que incita a enfrentarse a la vida como si fuese una lucha. Me niego. Prefiero verla como un juego.
La segunda de mis declaraciones de intenciones es la de tratar que el niño que un día fui jamás abandone mi personalidad ni mi actitud. Una especie de síndrome de Peter Pan voluntario.
La tercera es no perder nunca la curiosidad. Aprenderé a programar las grabaciones de vídeo del futuro y a manejar las máquinas infernales que se dejen caer por mi entorno.
En cuarta posición está el ser condescendiente con aquellos que cometen los mismos ¿errores? que yo cometí. No juzgo con severidad a quienes actúan de manera parecida -errónea o acertadamente- a como yo lo hice en su día.
Y en quinta, aunque no última posición -hay más pero voy a ahorrárselas por hoy- buscar siempre los argumentos que contradigan mis tesis en lugar de aquellos que van a favor de su corriente.

¿Que por qué les cuento esto? Porque voy a hablar de la ley del tabaco en el próximo post y no quería usarlo a modo de introducción dado que detesto los ladrillos. Hala.