martes, 4 de enero de 2011

Palabras empeñadas


Hay ciertas cuestiones que con el tiempo he convertido en algo así como pautas o principios básicos de mi postura ante la vida, una especie de normas a las que intento atenerme siempre que es posible. Evidentemente, hay ocasiones en las que sería estúpido actuar de acuerdo a ellas, pero aún así intento que rijan mis decisiones incluso cuando rayan en el posible ridículo.

La primera de ellas es deshacerme de esa máxima religiosa que incita a enfrentarse a la vida como si fuese una lucha. Me niego. Prefiero verla como un juego.
La segunda de mis declaraciones de intenciones es la de tratar que el niño que un día fui jamás abandone mi personalidad ni mi actitud. Una especie de síndrome de Peter Pan voluntario.
La tercera es no perder nunca la curiosidad. Aprenderé a programar las grabaciones de vídeo del futuro y a manejar las máquinas infernales que se dejen caer por mi entorno.
En cuarta posición está el ser condescendiente con aquellos que cometen los mismos ¿errores? que yo cometí. No juzgo con severidad a quienes actúan de manera parecida -errónea o acertadamente- a como yo lo hice en su día.
Y en quinta, aunque no última posición -hay más pero voy a ahorrárselas por hoy- buscar siempre los argumentos que contradigan mis tesis en lugar de aquellos que van a favor de su corriente.

¿Que por qué les cuento esto? Porque voy a hablar de la ley del tabaco en el próximo post y no quería usarlo a modo de introducción dado que detesto los ladrillos. Hala.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Comparto cada uno de tus principios.
Estoy deseando leer tu post sobre la ley del tabaco. Puedo estar de acuerdo con no fumar en lugares públicos pero era necesario lo de las denuncias al puto facua? Acaso sirven las que se hacen por abusos las compañías de telefonía móvil?

Adrian Vogel dijo...

ojalá tuviese tus mismos principios

Zoográfico dijo...

Comparto esa visión, Fet. También creo en dejarme la piel en todo aquello a lo que dedique mi tiempo, sino para qué. Y sin que eso convierta la vida en una lucha, sigue siendo un juego.

Alabastro dijo...

Me llama la atención el ejemplo al que has aplicado tu eterna curiosidad. Yo, que me tengo por curioso, nunca lo he aplicado al manejo de toda máquina que se me cruce...
En cuanto a la comprensión con los errores ajenos... joder! si es que sólo se mejora gracias a los errores. Además, se puede ser hijoputa por las circunstancias, por educación (o ignorancia) o por cobardía. Pero con lo que no puedo es con la hijoputez por convicción.