De tontos y tontunas

Cuando llegaste al poder ya muchos vaticinábamos la gloriosa hostia que iba a pegarse la economía española. El crecimiento económico se basaba única y exclusivamente en el ladrillo, no existía un plan B. Así que no era complicado divisar un horizonte en el que la burbuja inmobiliaria reventase y la vivienda sufriese un brutal ajuste en precio y en número.
Porque construir anualmente en el solar patrio más viviendas que en Francia, Alemania y Reino Unido juntos no era sensato. Porque inflar artificialmente el precio de esas viviendas hasta duplicar su valor real no era cabal. Porque si el banco presta alegremente 100 por algo que vale 50, perderá la mitad de su inversión cuando vengan mal dadas. Porque si la construcción se paraliza, como así ha sido, el desempleo va a ser brutal.
Se nos discutía hasta la saciedad: “El ladrillo no baja”; “Como mucho dejará de subir”; “Compré un piso por 15 y ya vale 30”… Eran los días de vino y rosas.
Cuando llegaste al poder tuviste la posibilidad de cambiar esto. Tu margen de actuación no era demasiado amplio, pues las competencias habían sido adecuadamente transferidas para obsceno enriquecimiento de delincuentes especuladores afines a los diferentes gobiernos de las diversas administraciones. Pudiste, al menos, desmarcarte, decir lo que muchos pensábamos: “Señores, las cosas se han hecho muy mal y nos vamos a dar un hostión curiosito”; pero no. Era mejor sostener ese crecimiento artificial por encima del tres por ciento a pesar de que el hambre de mañana llegaría antes de que nos terminásemos el pan para hoy. Detener aquella alocada deriva hubiese sido muy impopular, querías una silla en el G-leches. Estábamos en la Champions League (del pufo), los que avisábamos éramos unos alarmistas sin conocimientos. Cómo íbamos a ralentizar la marcha de la “locomotora española”, si los más reputados gacetilleros económicos mundiales alababan nuestro viaje.
Ahora te encuentras con una situación imposible de manejar, con unas perspectivas más negras que la noche más oscura; esperando un milagro que no se producirá, porque los milagros, amigo mío, no existen. Y tú, señor presidente, que podrías haberte desmarcado de una desastrosa manera de hacer las cosas, has cavado un poco más hondo la tumba de nuestra economía. El neoliberalismo es lo que tiene.