viernes, 19 de septiembre de 2008

Cebolletadas

Tenía dieciséis años. En aquel entonces había casas abandonadas repletas de enseres de quiénes habían sido sus propietarios. Digo entonces porque en la actualidad serían rápidamente demolidas para construir adosados o bloques de apartamentos.
A menudo pasábamos por un empinado callejón camino del cementerio -también abandonado- que era uno de nuestros puntos de reunión favoritos para los eventos relativos a la psiconáutica y la introspección (básicamente para ponernos hasta arriba de cualquier sustancia que cayese en nuestras manos). Un día decidimos entrar en la casa cegada con tablones que coronaba la cuesta.
Arrancamos unas cuantas tablas y nos introdujimos por una ventana. Allí estábamos Zruspa, Melenas, Tomás y yo, ávidos lectores de libros robados -desde Lautreamont hasta Artaud, desde Valle a Tzara- y coleccionistas de experiencias que ahora catalogaría como límite. Muchas veces al borde del suicidio involuntario.
Aquella no iba a ser una, sin embargo. Salvo por la posibilidad de infección debida al montón de basura y desechos orgánicos que atestaban algunas de las estancias.
La casa era pequeña, de dos plantas, con dos o tres diminutos cuartos en cada una. Las escaleras estaban prácticamente podridas, pero nos guiaron hacia una grata sorpresa.
Una de las habitaciones del piso superior había sido usada como estudio. Estaba repleta de libros y antiguas revistas publicadas en México y Argentina. Gran parte estaba destrozada, pero nos hicimos con algunos ejemplares en buen estado para nuestra biblioteca común.
Un papel me llamó la atención, probablemente porque tendría algún dibujo curioso o aguna característica que ahora no recuerdo. Cuando lo leí, se me iluminó el rostro.
Imaginaos lo que puede sentir un chaval que lee a Poe, Lovecraft, Machen, Hodgson o Polidori cuando se encuentra, en una misteriosa habitación, ¡la suprema invocación de Pedro de Apono!
Éramos completamente escépticos, ateos convencidos; pero la estética del horror y el miedo nos atraía de forma irremediable. Un par de días después, en un oscuro sótano que era otro de nuestros puntos de reunión -en un antiguo hospital abandonado que en la actualidad es sede de una radio autonómica-, seguimos las instrucciones del amarillento folio. Obviamente no ocurrió nada (relacionado con la invocación, pasaron otras muchas cosas que nada tienen que ver con esta historia) pero durante unos minutos sentimos como si una extraña presencia se hallara junto a nosotros.
El cántico de la invocación me acompañó durante lustros, mucho después de que el papel donde estaba escrita desapareciese. Busqué en bibliotecas, libros y revistas pero no conseguí volver a encontrarla.
Hasta que un día, ya en la era de internet, escribí en San google parte de la cantinela: Hemen Etan Aie Saraye, y recuperé lo que el tiempo y la distancia acabaron por robarme. La sensación de estar de nuevo con aquellos amigos en aquellos extraños paraísos perdidos.

Dogma y Ritual de la Alta Magia
de Eliphas Levi. En la página 70 y siguientes está la invocación. El ritual, no obstante, es diferente al que figuraba en el antiguo papel. Y menos mal, porque pasar quince días de ayuno a base de pan negro, sangre y sal y alimentar a un gato con carne humana no entraban dentro de lo que considerábamos pertinente. Pobre gato.


9 comentarios:

Raimunda dijo...

Veo que era usté un muchacho avispadillo (por las aventuras, las lecturas y los hábitos...).
Yo era bastante más naif con esas edades...creo. XDDD .¡Qué coño! y sigo siendo más naif que usté, no cabe duda.
Sensacional relato, voy a ver cómo es éso del ritual tortura-gatos.

Anónimo dijo...

Jodóoooo... yo me hubiera hecho kks en las braguitas... jejejje
Menudo relato.
Aunque yo me metía a investigar en las profundidades de los pozos secos, no vayas a creer que no era aventurera... jajaja
Acabo de descrubrir que me gusta saber cosas de tu infancia.

Queralt.

Anónimo dijo...

Por Dios, qué decepción. Yo creí que tenía usted más talento. Con constancia y buenos contactos a lo mejor publica algo...

Anónimo dijo...

Ahora que tengo un ratillo le diré que me ha encantado (no le haga caso al envidiosillo de Madisonrepublicano). Este texto me gusta por la nostalgia y el misterio que se desprende en cada frase. Nostalgia y misterio transmutados en recuerdos de un paisaje de antaño. Gracias por acercarnos todo eso.

Un fuerte abrazo, Fet.

Anónimo dijo...

Cómo me gustan estas historias, muy reconocibles para aquellos que disfrutábamos asaltando lugares abandonados, oscuros y, casi siempre, apestosos.

Ya le veo, psicotrópico, cándido y ufano con su descubrimiento y el ansia de saber qué podría ocurrir, sabiendo que no ocurriría y esperando que la experiencia perdurase en el recuerdo.

Resulta fascinante la facilidad con la que en casas perdidas y deshabitadas se pueden encontrar documentos, casi siempre relacionados con la pornografía o con lo místico, cuando no ambas cosas.

Salutes y abrazos.

Anónimo dijo...

Naaaaa... No puedo creer que Tío Fétido le diese a la yerba naaaaaa...

Sota dijo...

Así ha salido, claro...

Está usted bajo la influencia del Maligno!

Exorcisesé! Exorcisesé!

Premaswarupa dijo...

tío que genial este relato, me hace ilusión imaginarte de chico inocente :P
Me hiciste recordar, que de niña amaba ir a estos sitios abandonados, con olor a humedad, yo iba sola, con amigos habría estado menos peligroso, pero uhmmm ahora que lo pienso bien, en ese momento lo más peligroso quizá habrían resultado las hifas volando directamente a mis pulmoncitos, virgenes en esa época :P

Te dejo un abrazo muy apretado, de esos que te dejan sin aire.

Se le quiere mucho cariño, besos desde este lado de la orilla.

Anónimo dijo...

Mola, pero es de gayers no darle caña al ritual, total, solo se vive una vez.