La puta gripe

La amenaza del milenio ya está –una vez más- aquí. La industria farmacéutica y los pregoneros del Apocalipsis se frotan las manos ante las nuevas oportunidades de negocio. ¿Y qué va a ocurrir este invierno?, se preguntan entre asustados y confusos los potenciales clientes de laboratorios y servicios de salud. Pues no se preocupen, oigan. Yo se los cuento, que diría Shaggy en aquellos antiguos doblajes de Scooby Doo. Evidentemente, nuestro bichito va a provocar un buen número de víctimas mortales. Y si los encargados de la contabilidad continúan con la tendencia actual, ya puede usted reírse de las antiguas epidemias de peste. Porque las muertes relativas al virus H1N1 muy probablemente no tengan apellidos, tan solo lucirán ese bonito nombre. Me explico: Anualmente se producen un buen número de muertes en los hospitales por causas derivadas de enfermedades que normalmente no consideramos letales: gripes mal curadas que acaban convertidas en neumonía; deshidrataciones producidas por gastroenteritis; un montón de muertes provocadas por infecciones nosocomiales derivadas de la estancia de los pacientes en los centros hospitalarios… Mil y una desgracias provocadas por agentes perfectamente tratables en su origen y fatales en su desenlace. Pero el origen no se cita en las estadísticas; si el señor Pérez murió a causa de una insuficiencia respiratoria cuya causa primitiva fue aquel puñetero resfriado, no se señala a este como causante del óbito. Mas no es así con nuestro amiguito, y la prueba del nueve es el primer caso de muerte por el virus en nuestra adorada patria, la desdichada Dalila. Dalila murió por una negligencia médica escandalosa, no por una simple gripe. Tuvo que acudir tres veces a los servicios de urgencias para ser atendida. Cuando lo consiguió, ya era demasiado tarde. No fue la gripe A la que la mató -no habría muerto de ser tratada correcta y prontamente-, fue un sistema de salud caótico y negligente. El mismo que provocó la muerte de su bebé pocos días después. Aplicando la misma regla de tres, Rayan también podría ser anotado en el haber del puto virus. Alguno dirá: “Vale. Pero es que lo que defiendes viene a ser lo mismo que si dijeses que nadie muere de una puñalada, sino del fallo orgánico provocado por la misma”. Y no es lo mismo. Si la puñalada no es mortal y en el hospital sobreviene una sepsis por un mal tratamiento, ¿la causa de la muerte es el navajazo? Si me clavan el cuchillo en una pierna y el pánico me provoca un fallo cardiaco, ¿es la cuchillada la que me provocó la muerte? Será en todo caso un apellido a la causa del deceso, pero nunca el nombre de pila. Y para los mercaderes del miedo y el Tamiflú es muy importante que quede meridianamente claro que el asesino se llama H1N1. Los apellidos -que en muchos casos debieran ser nombres- son irrelevantes.